Oaxaca, sábado 3 de diciembre 2016.
La llanura mexicana sugiere pensamientos ascéticos; el valle de Oaxaca, más bien pensamientos fáciles y sobrios, como los que contuve durante mi visita a este paraje desierto que le llaman “Chilar”, en el cerro de San Felipe. Ya lo observaba un gran viajero, un hombre clásico y universal que resucitó en su siglo la antigua manera de adquirir la sabiduría viajando, y el hábito de escribir únicamente sobre recuerdos y meditaciones de la propia vida: en su Ensayo político, el barón de Humboldt notaba la reverberación de los rayos solares en la masa montañosa de la altiplanicie central, donde el aire se purifica. La naturaleza de esta región, en cambio, ofrece dos aspectos opuestos: uno, la selva virgen, la cual apenas merece describirse; otro, la naturaleza de las regiones de la mesa central-sureña: la vegetación arisca y heráldica, el paisaje organizado, la atmósfera de extremada nitidez, en que los colores mismos se ahogan —compensándolo la armonía general del dibujo—; el éter luminoso en que se adelantan las cosas con un resalte individual. Mentiría si no confieso que disfruto este paisaje del Chillar, no desprovisto de cierta aristocrática esterilidad, por donde los ojos yerran con discernimiento y la mente descifra cada línea y acaricia cada ondulación del paisaje que no muestra ninguna presencia humana.
Ayer después de ir a una charla sobre textiles y arte plumario, y más tarde, a una presentación de libro en el centro de la ciudad, pensé de nuevo en levantar una casa en el paraje del Chilar, y dedicarme a estudiar las plantas típicas de la región: la biznaga mexicana, el maguey que se abre a flor de tierra, lanzando su plumero a los aires; los «órganos», unidos como las cañas de la flauta y útiles para señalar los límites; los nopales, plantas de la familia Cactaceae, que son placenteros a la vista.
Anteayer todo el día se comentó en las calles que el nuevo gobernador, afiliado al partido del régimen oficial, comenzó a despachar en el Palacio de Gobierno de Oaxaca.
Texto de sala por Daniel Nush
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La llanura mexicana sugiere pensamientos ascéticos; el valle de Oaxaca, más bien pensamientos fáciles y sobrios, como los que contuve durante mi visita a este paraje desierto que le llaman “Chilar”, en el cerro de San Felipe. Ya lo observaba un gran viajero, un hombre clásico y universal que resucitó en su siglo la antigua manera de adquirir la sabiduría viajando, y el hábito de escribir únicamente sobre recuerdos y meditaciones de la propia vida: en su Ensayo político, el barón de Humboldt notaba la reverberación de los rayos solares en la masa montañosa de la altiplanicie central, donde el aire se purifica. La naturaleza de esta región, en cambio, ofrece dos aspectos opuestos: uno, la selva virgen, la cual apenas merece describirse; otro, la naturaleza de las regiones de la mesa central-sureña: la vegetación arisca y heráldica, el paisaje organizado, la atmósfera de extremada nitidez, en que los colores mismos se ahogan —compensándolo la armonía general del dibujo—; el éter luminoso en que se adelantan las cosas con un resalte individual. Mentiría si no confieso que disfruto este paisaje del Chillar, no desprovisto de cierta aristocrática esterilidad, por donde los ojos yerran con discernimiento y la mente descifra cada línea y acaricia cada ondulación del paisaje que no muestra ninguna presencia humana.
Ayer después de ir a una charla sobre textiles y arte plumario, y más tarde, a una presentación de libro en el centro de la ciudad, pensé de nuevo en levantar una casa en el paraje del Chilar, y dedicarme a estudiar las plantas típicas de la región: la biznaga mexicana, el maguey que se abre a flor de tierra, lanzando su plumero a los aires; los «órganos», unidos como las cañas de la flauta y útiles para señalar los límites; los nopales, plantas de la familia Cactaceae, que son placenteros a la vista.
Anteayer todo el día se comentó en las calles que el nuevo gobernador, afiliado al partido del régimen oficial, comenzó a despachar en el Palacio de Gobierno de Oaxaca.
Texto de sala por Daniel Nush
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